Texto para la exposición individual de Virginia Rivas en DA2 (Salamanca, España). Marzo 2018.
Soundscape
Todo cuanto se mueve en nuestro mundo hace vibrar el aire. Si se mueve de tal manera que oscila más de aproximadamente 16 veces por segundo este movimiento se oye como sonido. El mundo, entonces, está lleno de sonidos. Escuchen. Desprejuiciadamente atentos a cualquier cosa que esté vibrando, escuchen. Permanezcan sentados silenciosamente por un momento y perciban.1
De esta forma tan contundente el compositor canadiense Murray Schafer dio comienzo a una de sus más memorables disertaciones en torno al concepto de paisaje sonoro. A través de este término, justificó cómo el silencio es una concepción más figurada que física y más cultural que real y confirmó, al igual que lo hiciera John Cage, que el silencio no existe, ya que constantemente nos tropezamos con vibracionesque generan sonido. Otra cosa es el nivel sonoro ambiental y la capacidad y receptibilidad del ser humano para escuchar un ruido. Se trata, por tanto, de un texto de 1969 con total vigencia hoy en día; prueba de ello es la obra de la artista Virginia Rivas, quien ha tomado este concepto no sólo como punto de partida sino también para el propio título de la muestra.
En una sociedad sobreestimulada auditivamente, el ser humano, enfermo por fatiga sonora, deja de percatarse de los sonidos más débiles o de aquellos que se ha acostumbrado a escuchar, aunque no sepa de dónde provengan. Rivas propone una pausa, en medio de un caos acústico, en forma de razonamiento; al fin y al cabo, el arte no puede ser únicamente una experiencia estética, sino que debe ir más allá y provocar que el espectador reflexione, cuestione, indague y descubra. Defendamos, pues, el arte como manifestación y acción intelectual. Y es precisamente la acción uno de los pilares imprescindibles de este proyecto.
Virginia Rivas se recrea en la búsqueda de la intervención del público, ella no ejecuta o crea para la sumisión sino que pretende agitar la mente y reclamar una reacción. Todo aquel que se adentre en la sala expositiva puede decidir, tocar, oír y sentir y es su consentimiento a formar parte de la exposición lo que completa las propias obras. Asimismo, al instalar toda una serie de frases en lienzos, cajas de luz y neones, la artista dirige a los espectadores para consecutivamente dejarlos perdidos en la abstracción del significado (social y personal), esperando que ellos mismos busquen su propia salida. De esta forma, el lector no percibe una única lectura sino que, por el contrario, las alternativas se multiplican y se ramifican. Es entonces cuando los asistentes deben optar por permanecer impávidos y aceptar la parte superficial o ahondar en las sensaciones y pensamientos que las mismas pueden evocar. La conexión con las palabras que cada individuo engendra se maximiza al haber sido desprendidas de otras que ensucian o enturbian su gama de posibilidades y, por ende, su fuerza. Sólo basta una de ellas con la que poder contar mucho y, al mismo tiempo, no contar nada; no hay que olvidar la propuesta de la artista encauzada a que cada individuo explore y extraiga sus propias conclusiones. Incluso no extraer nada sería ya un resultado admisible.
Habría que subrayar que la artista es hija de su tiempo, es hija del tweet, es hija del menos es más y del uso de la tecnología como vehículo comunicativo. Rivas despliega toda una ristra de palabras con lírica o sonoridad amable, una lectura comunal que permite la participación colectiva dentro de un espacio neutral y espontáneo. Expulsa las palabras de su hábitat natural, estimulando que adquieran una total autonomía, y difunde nuevas formas poéticas usando para ello la inmediatez, la narrativa cercana y el impacto.
Una práctica precisa y popular de escritura es modificada por la tecnología: transformada en otra práctica popular, con rasgos similares a su precursora pero a la vez totalmente aclimatada a un nuevo sustrato físico, a una nueva relación con sus lectores y un nuevo momento de la Historia².
Más allá de su ferviente interés por la participación activa y por el uso de la tecnología, Virginia Rivas recurre a la dicotomía entre lo visible y lo audible y, por supuesto, a la compleja relación entre emisor y receptor. Soundscape es un diálogo, no únicamente visto en la forma de usar el sonido y esperar la respuesta del espectador, sino que también es un diálogo de manifestaciones artísticas, donde combina con soltura las cajas de luz, el audio, la fotografía y, sobre todo, la pintura. Hablar de Virginia Rivas es hacerlo de pintura, de gran interés son sus investigaciones en torno al uso de tipografías pictóricas con las cuales conforma lenguaje(s). Relevante es, como ya se ha visto, en el vínculo sociocultural y semántico con el lector/espectador pero también en el efecto que pretende suscitar a través del color, del tamaño o de la ubicación.
Soundscape es intimista, es accesible, es armonía, por mucho que los fogonazos cromáticos, las rayas y los tachones nos intenten confundir, sumergiéndonos en un aparente caos. Soundscape es un trazo rabioso y desenfadado, sin pretensiones ni búsquedas de (auto)reconocimiento. Es verdad.
Es contraste, es superposición de capas, es un camuflaje pictórico a base de azules, rosas y grises. Es sutileza y composiciones ligeras. Es la comodidad del gran formato donde vomita, sutura y abraza a través del pincel.
A veces siento que escribo un diario que nadie sabe leer.
Ladridos, heart, vacío. Sentir.
Virginia Rivas, la belleza de pintar el susurro.
Bibliografía:
1.SCHAFER, Murray: El nuevo paisaje sonoro. Ricordi Americana. Canadá, 1969. P 17.
2.VV.AA.: Arte en las redes sociales. Estudio Paraíso. México, 2013. P 31.
Soundscape
Todo cuanto se mueve en nuestro mundo hace vibrar el aire. Si se mueve de tal manera que oscila más de aproximadamente 16 veces por segundo este movimiento se oye como sonido. El mundo, entonces, está lleno de sonidos. Escuchen. Desprejuiciadamente atentos a cualquier cosa que esté vibrando, escuchen. Permanezcan sentados silenciosamente por un momento y perciban.1
De esta forma tan contundente el compositor canadiense Murray Schafer dio comienzo a una de sus más memorables disertaciones en torno al concepto de paisaje sonoro. A través de este término, justificó cómo el silencio es una concepción más figurada que física y más cultural que real y confirmó, al igual que lo hiciera John Cage, que el silencio no existe, ya que constantemente nos tropezamos con vibracionesque generan sonido. Otra cosa es el nivel sonoro ambiental y la capacidad y receptibilidad del ser humano para escuchar un ruido. Se trata, por tanto, de un texto de 1969 con total vigencia hoy en día; prueba de ello es la obra de la artista Virginia Rivas, quien ha tomado este concepto no sólo como punto de partida sino también para el propio título de la muestra.
En una sociedad sobreestimulada auditivamente, el ser humano, enfermo por fatiga sonora, deja de percatarse de los sonidos más débiles o de aquellos que se ha acostumbrado a escuchar, aunque no sepa de dónde provengan. Rivas propone una pausa, en medio de un caos acústico, en forma de razonamiento; al fin y al cabo, el arte no puede ser únicamente una experiencia estética, sino que debe ir más allá y provocar que el espectador reflexione, cuestione, indague y descubra. Defendamos, pues, el arte como manifestación y acción intelectual. Y es precisamente la acción uno de los pilares imprescindibles de este proyecto.
Virginia Rivas se recrea en la búsqueda de la intervención del público, ella no ejecuta o crea para la sumisión sino que pretende agitar la mente y reclamar una reacción. Todo aquel que se adentre en la sala expositiva puede decidir, tocar, oír y sentir y es su consentimiento a formar parte de la exposición lo que completa las propias obras. Asimismo, al instalar toda una serie de frases en lienzos, cajas de luz y neones, la artista dirige a los espectadores para consecutivamente dejarlos perdidos en la abstracción del significado (social y personal), esperando que ellos mismos busquen su propia salida. De esta forma, el lector no percibe una única lectura sino que, por el contrario, las alternativas se multiplican y se ramifican. Es entonces cuando los asistentes deben optar por permanecer impávidos y aceptar la parte superficial o ahondar en las sensaciones y pensamientos que las mismas pueden evocar. La conexión con las palabras que cada individuo engendra se maximiza al haber sido desprendidas de otras que ensucian o enturbian su gama de posibilidades y, por ende, su fuerza. Sólo basta una de ellas con la que poder contar mucho y, al mismo tiempo, no contar nada; no hay que olvidar la propuesta de la artista encauzada a que cada individuo explore y extraiga sus propias conclusiones. Incluso no extraer nada sería ya un resultado admisible.
Habría que subrayar que la artista es hija de su tiempo, es hija del tweet, es hija del menos es más y del uso de la tecnología como vehículo comunicativo. Rivas despliega toda una ristra de palabras con lírica o sonoridad amable, una lectura comunal que permite la participación colectiva dentro de un espacio neutral y espontáneo. Expulsa las palabras de su hábitat natural, estimulando que adquieran una total autonomía, y difunde nuevas formas poéticas usando para ello la inmediatez, la narrativa cercana y el impacto.
Una práctica precisa y popular de escritura es modificada por la tecnología: transformada en otra práctica popular, con rasgos similares a su precursora pero a la vez totalmente aclimatada a un nuevo sustrato físico, a una nueva relación con sus lectores y un nuevo momento de la Historia².
Más allá de su ferviente interés por la participación activa y por el uso de la tecnología, Virginia Rivas recurre a la dicotomía entre lo visible y lo audible y, por supuesto, a la compleja relación entre emisor y receptor. Soundscape es un diálogo, no únicamente visto en la forma de usar el sonido y esperar la respuesta del espectador, sino que también es un diálogo de manifestaciones artísticas, donde combina con soltura las cajas de luz, el audio, la fotografía y, sobre todo, la pintura. Hablar de Virginia Rivas es hacerlo de pintura, de gran interés son sus investigaciones en torno al uso de tipografías pictóricas con las cuales conforma lenguaje(s). Relevante es, como ya se ha visto, en el vínculo sociocultural y semántico con el lector/espectador pero también en el efecto que pretende suscitar a través del color, del tamaño o de la ubicación.
Soundscape es intimista, es accesible, es armonía, por mucho que los fogonazos cromáticos, las rayas y los tachones nos intenten confundir, sumergiéndonos en un aparente caos. Soundscape es un trazo rabioso y desenfadado, sin pretensiones ni búsquedas de (auto)reconocimiento. Es verdad.
Es contraste, es superposición de capas, es un camuflaje pictórico a base de azules, rosas y grises. Es sutileza y composiciones ligeras. Es la comodidad del gran formato donde vomita, sutura y abraza a través del pincel.
A veces siento que escribo un diario que nadie sabe leer.
Ladridos, heart, vacío. Sentir.
Virginia Rivas, la belleza de pintar el susurro.
Bibliografía:
1.SCHAFER, Murray: El nuevo paisaje sonoro. Ricordi Americana. Canadá, 1969. P 17.
2.VV.AA.: Arte en las redes sociales. Estudio Paraíso. México, 2013. P 31.